Y Toño tocó el cielo



Hoy es un día soleado, especialmente luminoso, lleno de brillo y repleto de matices. Hoy es un día especial, no se como acabará, pero se que va a ser especial; y no sólo para mi, que soy el protagonista de esta aventura de sensaciones que se avecina, sino también para mis padres, que se han tomado esto con una ilusión algo exagerada; e incluso para mis nuevos amigos, un grupo de niños vario pinto y curioso, que tiene su cuartel general nada menos que en la copa de un árbol, en forma de casa de madera elevada, como tocando el cielo.

Mi padre conduce con cuidado, y eso que le noto algo nervioso, como expectante, como deseando llegar, pero cauteloso ante lo que pueda ser el devenir del día. Mi madre se quedó en casa, y no recordaba tanto consejo y tanta tensión de la buena desde el día que mi padre me llevo al colegio por primera vez. Se podría decir que era un manojo de nervios que podían olerse de lejos, porque yo se muy bien como huelen los nervios de mi madre, ya que los olfateo a menudo. Otros podrían oírlos, o simplemente sentirlos, pero yo los huelo... y es que mi pituitaria se ha acostumbrado a reaccionar cuando el ambiente se impregna de un olor como a menta quemada, aderezada con canela y azúcar, cuando mi madre entra en barrena.

Acabamos de llegar, y lo sé no sólo porque mi padre ha parado el coche y apagado el motor, sino por el olor a madera cortada mezclada con un verdor fulgurante; y por el algarabío algo lejano que percibo desde arriba... Claro, como que la casita de madera de mis nuevos amigos está en lo alto de un gran árbol...

Casi sin darme cuenta, en buena manera por mis nervios, que no llegan a oler como los de mi madre, ni a sonar como los de mi padre, que no para de moverse y chascarse los dedos; me encuentro subiendo yo solito por una empinada y difícil escalera. Mi padre viene detrás, aunque intenta que no me de cuenta, y lo entiendo, porque en un traspiés no sería difícil que me cayera...

Mientras subo, con bastante esfuerzo por mi parte, la verdad, escucho palabras de ánimo de mis nuevos amigos, que dicen cosas bonitas mezcladas con bastantes tonterías... prueba evidente de que también están nerviosos... Al fin y al cabo, esto también es nuevo para ellos.

Y por fin llego arriba, justo cuando rebaso el final de la escalera, y casi sin espacio para agarrarme a la barandilla de lo que supongo es el porche de la casa de madera en el cielo, siento un montón de manos que me agarran... Es incómodo para mi, unos tiran de mi, otros me empujan, otros simplemente quieren sentir que colaboran y me ayudan, y mi padre detrás a sólo unos centímetros, que se cree que no le siento... Yo estaría mucho más tranquilo y seguro si simplemente me dejaran coger la barandilla, pero como sé que tienen la mejor intención, no puedo decir nada, y no voy a hacerlo... Al fin y al cabo, han sido unos segundos y ya estoy arriba, en el centro de la casita...

Huele a madera, la madera lo impregna todo... Y a verde, hay mucho verdor alrededor... Y a cielo, se que el cielo estä cerca, pero no es el mismo cielo que cuando mis padres me llevaron al último piso de la Torre de Picasso en Madrid, aquella vez que estuvimos a ver a un prestigioso oculista.

Cuando mis nuevos amigos están sólo un segundo sin hablar, lo cual hacen atropelladamente y sin parar, puedo percibir sonidos nuevos que alcanzo a imaginar... Oigo ramas crepitar; pájaros que cantan no muy lejos, supongo que posados en las ramas del árbol en el que estamos subidos; un animal ágil que corre por esas mismas ramas y que supongo es una ardilla, por lo que he podido entender que es una ardilla...    

No me queda más remedio que poner orden... Mi padre no está, se ha ido, aunque cálculo que no muy lejos, y doy una voz para pedir a esta panda de locos que se callen, que se tranquilicen, que me escuchen... 

Vamos a ver -les digo- sí hablamos todos a la vez no nos entendemos. ¿Porqué no me contáis cada uno de vosotros que es lo que hacéis aquí...? Ya he visto que cada uno tiene su propio rincón que dedica a dar rienda suelta a sus aficiones, sus estudios, sus desvelos o sus "neuras"', pero me gustaría oír de vuestra propia voz, que es lo que hacéis aquí...

Y empezaron los relatos...

Entonces Ángel comenzó a contar las virguerías que hacía con los ordenadores... Yo que me creía avezado en la materia porque he conseguido aprender a utilizar un programa especialmente preparado para dar accesibilidad a los discapacitados, de todos los tipos, a toda clase de cacharros y, sobre todo, acceso a Internet, llegué a sentirme un poco torpe cuando Angel contaba la conectividad que había conseguido para la casita, y relataba las instalaciones domóticas más alucinantes, que aplicadas a una casita de madera colgada de un árbol sonaban a auténtica ciencia ficción.

Enseguida, y sin dejarme casi respirar, Borja comenzó a contarme su nuevo proyecto literario, basado en la recopilación de una serie de relatos en torno a un tema no muy común, un tanto friqui, pero muy divertido: tendales lo llamó... algo así como ver poesía o historias de todo tipo en la ropa colgada para secar después de un buen lavado... Y el proyecto me encantó, porque no hay sensación más fresca e hipnotizante que el olor a ropa recién lavada y colgada para secar. Cada vez que mi madre hace la colada, sin que ella lo sepa, aunque creo que se ha dado cuenta, rondo por el jardín de casa donde ella cuelga la ropa, y la huelo, de lejos y de cerca, con ese profundo olor a jabón de Marsella que tanto me gusta y que va desapareciendo poco a poco a medida que el aire y el sol hacen su trabajo y van secando las prendas.

Entonces Alejandro empezó a hablar de sus creaciones culinarias... Y la verdad es que sólo con oírle se me hacia la boca agua, porque el tío lo vive... Imaginaos cuando empezó a abrir botes para darme a oler todas las especies que utiliza en sus platos. Orégano, clavo, nuez moscada, pero sobre todo me encantó el olor a la canela en rama que usa para casi todo. Y lo más fantástico fue cuando me dio a probar un postre que había preparado exclusivamente para esa tarde... El colega había juntado en una sola tarta, tres capas de chocolate blanco, con leche y sólo, añadiendo a ese festival de sabores, una textura súper suave, que se deshacía prácticamente en la boca... Y aunque no pude verlo, supe que aquella sabrosa tarta estaba adornada con bolas de chocolate de colores y fideos también de chocolate, que me hicieron sentir en una nube... O sea, mucho más cerca del cielo de lo que ya estaba hasta ese momento.

Y finalmente habló Nacho... Y este sí que me llegó al alma... Nacho vive la música... Escribe letras, compone y lo toca casi todo, incluida la batería... Y pudo conmigo. Yo creí que era el mejor con la música, ya que los invidentes tenemos especial sensibilidad para estas cosas. Pero Nacho es genial, y además, me tenía preparada una sorpresa que me rompió... Mi padre le había contado mi gusto por cantar, mi profunda admiración por José Feliciano y Sebastián Zuribi, pero sobre todo por Steve Wonder... 

Y le había soplado además que canto especialmente bien el tema I Just Called to Say I Love You, porque lo he cantado miles de veces y he conseguido coger casi todos los matices, encontrar todos sus colores, como dice Malú; por cierto, que mis padres discutieron porque mi padre quería enviarme al casting de La Voz Kid, y mi madre se negó en rotundo... La verdad es que no me hubiera importado, aunque al lado de los finalistas de el otro día hubiera hecho el más completo de los ridículos...

El caso es que Nacho se la había aprendido al teclado, y me propuso interpretarla juntos... Fue una gozada... Me sentí genial... Aquello si que fue tocar el cielo con la mano...

No se lo que pasará mañana, pero el día de hoy me ha hecho flotar en una nube, navegar en un barco de madera sin mar, porque aquella casa se movía un poquito, la verdad... 

Ha sido como ver a los ángeles... y eso que soy ciego...!!!