La cabaña de madera



Era una idea genial, y había que ponerse manos a la obra... Eran un grupo de amigos, en torno a los 12 años, muy bien avenidos, que se habían criado juntos desde niños en la misma urbanización, y que siempre habían acariciado la idea de hacer algo juntos, pero algo diferente, algo fuera de lo común. 

Habían barajado muchos proyectos, habían elucubrado mucho, y habían desestimado muchas ideas por irreales o por estar fuera del alcance de unos simples niños. Pero esta idea no sólo era factible, sino que les permitiría dar rienda suelta a sus propias pasiones individuales, más allá de convertirse en un lugar de encuentro o un cuartel general del grupo. 

Iban a construir una casita de madera en un árbol. El viejo sueño de cualquier niño hecho realidad gracias a la generosidad del padre de Borja, que era propietario de un terreno boscoso cercano, donde se ubicaba un viejo y enorme árbol ideal para albergar tan ideal proyecto.

La madera la ponía el padre de Ángel, dueño de un aserradero cercano que había sucumbido a las presiones de su hijo y había consentido dedicar parte de los sobrantes de la materia prima de su negocio a dar rienda suelta a la creatividad del infante y sus amigos.

El hermano de Alejandro, que estudiaba la carrera de arquitectura, se había avenido a diseñar unos planos mucho más sofisticados que los que el grupo de amigos había dibujado en sus cuadernos escolares; y el abuelo de Nacho, propietario de la ferretería de viejo del centro del pueblo, les iba a proporcionar la herramienta necesaria para que el círculo se cerrara y tener así todos los ingredientes para construir esa casita del bosque que todos envidiarían.

Llegó el fin de semana y todos se pusieron manos a la obra, con la ayuda de un par de empleados del aserradero del padre de Ángel, al que su jefe había pedido por un pequeño sobresueldo que participarán en la construcción de la cabaña, convencido de que sin un poco de profesionalidad, las ganas e ilusiones de los chavales no conseguirían llevar a bien puerto la obra. 

Y así, tras el correspondiente madrugón, todos estaban manos a la obra en tan idílico proyecto infantil. Mientras trajinaban, los niños soñaban individualmente con el uso que darían a su nuevo cuartel general, más allá del uso común de juntarse en torno a una improvisada mesa que dispondrían alrededor del tronco del árbol, situado en el centro de la cabaña.

Cada uno dispondría de una esquina de la casa para ubicar sus cosas y desarrollar su propia personalidad, y mientras serraban tablas y golpeaban puntas con martillos, cada uno pensaba en como iba a ser su particular rincón.

Mientras trasladaba tablas para que los operarios de su padre las cortaran, Ángel imaginaba su rincón ocupado por un gran ordenador, que iría acompañado de una antena repetidora que permitiera acceder a la red Wifi de la casa de Borja, la más cercana a la cabaña, y contaría con una pantalla gigante en la que visualizar a través de Internet un sofisticado programa diseñado por él mismo y que les permitiría contactar con jóvenes de otros países poseedores de Cabañas de madera... Una especie de red social de interconexión entre grupos de chavales poseedores de una cabaña de las características de la que estaban construyendo. 

Ángel era un fanático de las nuevas tecnologías, y sabía como trabajar con ellas... y sólo pensaba en como hacer de la nueva cabaña un cuartel general tecnológico, que a parte de las conexiones a Internet tuviera los más avanzados adelantos domóticos... algo así como automatizarlo todo en aquella cabaña de madera construida al estilo de Robinson Crusoe... Puertas y ventanas motorizadas que se abrieran y cerrarán a través del IPad; cierre de seguridad para que nadie que no fueran ellos entrara en su más preciada posesión; una alarma con cámara remota incluida que se activara si alguien intentaba acceder sin permiso, ya desde la escalera de acceso situada al pie del árbol... En fin, cosas que daban rienda suelta a su pasión y que permitirían que la cabaña fuera más segura, conectada y cómoda.

Mientras tanto, Borja clavaba puntas siguiendo las indicaciones de los operarios del padre de Ángel, mientras pensaba en su propio rincón. Un espacio lleno de estanterías, donde ubicaría su colección de libros y dispondría su propio espacio para escribir. Le encantaba escribir, pero nunca había encontrado un lugar idóneo para hacerlo. Aquella Casa de Madera compartida con sus amigos le iba a proporcionar momentos de inspiración, esa inspiración que necesitaba y no solía encontrar para escribir sus cuentos y sus relatos, y que le iba dar la paz suficiente para iniciar su proyecto de escribir su primera novela, una vieja idea que estaba deseando desarrollar. Borja imaginaba su espacio repleto de libros, con un viejo flexo con el que iluminar un escritorio en el que pasar hora horas muertas visualizando sus personajes.

En esto, Alejandro se afanaba en la construcción de la escalera a la vez que pensaba en como ubicar en su rincón los enseres que le permitirían dar rienda suelta a su pasión: la cocina. Un hornillo de gas, un armario para las cazuelas, sartenes y otras herramientas culinarias, sin olvidar una pequeña nevera vieja y una gran tabla de madera en la que cortar los alimentos. Una estantería para especias y un horno eléctrico completarían ese kit básico de cocina que permitirían que Alejandro elaborara sus propias creaciones culinarias, que compartiría con sus amigos, y que servirían de conejillos de indias para testar sus platos.

Por ultimo, Nacho tendría su espacio para la música. Siempre había destacado como compositor de sus propias creaciones musicales, y tener un rincón para ubicar sus instrumentos, fuera de su casa, donde se sentía limitado en su capacidad creadora, iba a facilitar la llegada de su inspiración. En su rincón aprendería a tocar aquellos instrumentos que aún no dominaba, y en él ubicaría la nueva batería que le había comprado su abuelo, sabedor de la pasión de su nieto favorito.

Mientras se afanaban en la construcción de su cabaña, cada uno de aquellos muchachos soñaban en que aquel lugar se iba a convertir en la sede de su pasión, en el espacio en el que desplegarían su propia creatividad, en el punto de encuentro con los demás, en el sitio en el que se esconderían para soñar, en la ubicación ideal para disfrutar, en el lugar para estar en casa fuera de casa. Un lujo de sitio.