El cuervo blanco



Fue el poeta griego Píndaro (siglo VI adC) el encargado de narrar los amores del dios Apolo con la mortal Corónide, hija del Rey de Tesalia llamado Flegias. 

Píndaro no era un narrador al uso, era un poeta... pero un poeta de los de aquella época... Un poeta de estos que eran incomprendidos por sus coetáneos, un escribano de estos que se jugaban cada día la vida por sus atrevimientos, un loco de estos que escribían sin parar y sin conocer cual iba a ser el alcance de sus escritos, un precursor de estos que luchaban contra las injusticias en una época peligrosa...

Píndaro era, en fin, un incomprendido que utilizaba sus historias fantásticas para contar aquello que no se podía contar, para enmascarar su propia vida, para dejar entrever su rebeldía, para esquivar las dificultades, para romper dinámicas mortecinas, para generar controversia sin verse afectado... Y encontró en la mitología su mejor aliada.

Aquel poeta había sido denigrado por las autoridades, incomprendido por los intelectuales, amenazado por sus osadías y denostado por su locuacidad. 

Aquel narrador había sido proscrito por contar lo que sabía, por no camuflar lo que acontecía, por hacer prevalecer la verdad sobre la insidia.

Aquel hombre tenía que contar su historia, tenía que explicar a las generaciones venideras lo importante de su labor de transmisor en un mundo hostil para los transmisores, tenía que dejar escrita la dificultad del oficio de contar, en una época en la que no había ni herramientas ni libertad, ni entorno para contar.

Y para narrar su propio devenir, lo camufló de historia mitológica y lo elevó hasta la categoría de mágico, envolviéndolo en una especie de gesta que explicaba lo inexplicable y que vendría a demostrar la fragilidad de la figura del comunicador, haciendo de la frase "matar al mensajero" algo más que un tópico...

De esta manera, Píndaro narró los amores del dios Apolo con aquella mortal llamada Corónide, y que era hija nada más y nada menos que de un Rey de Tesalia llamado Flegias. 

Según cuenta el poeta, la unión de los dos amantes, Dios y mortal, tuvo lugar en las orillas de la laguna Beobea, cerca de Lacerea, en Grecia. Apolo dejó embarazada a Corónide y regresó a Delfos, dejándola bajo la vigilancia de un cuervo blanco.

En este tiempo, Corónide tuvo relaciones con el mortal Isquis, hijo de Élato, gobernador de la región del monte Cileno y conquistador de la Fócida, antigua región del centro de Grecia. Pero ambos amantes no habían percibido la presencia entre ellos de aquel pájaro correveidile, que tenía el encargo de controlar los movimientos de la princesa mortal.

El cuervo blanco, cumpliendo con su, en este caso, desagradable deber, voló hasta Delfos para comunicar al dios los amoríos de Corónide, tal y como le había sido encomendado. 

Y aquí llego el desastre... Cuando el cumplidor pájaro le contó la pésima noticia a su divinizado patrón, este monto en cólera y arremetió contra todo lo que tenía cerca... Fue entonces cuando Apolo maldijo al pobre animal condenándolo a llevar de por vida el color negro en su plumaje en lugar del blanco. 

Ya posteriormente y esta vez de forma premeditada, el dios mató a Corónide, y se preocupó, antes de que la pira funeraria la incinerase, de sacar de su vientre una criatura que se convertiría en el futuro dios Asclepio.

De esta forma, el cuervo blanco quedó consagrado como "comunicador" o "portavoz" del ámbito mitológico, aún a costa de sufrir las iras del receptor de su información, quedando consagrada en esta historia la dificultad del oficio de comunicador, así como la frecuente ingratitud a la que es sometida su labor.

Píndaro no fue ejecutado por contar esta historia, pero pocos supieron entonces que estaba contando su propio devenir, a la vez que explicaba para la posteridad porque un pájaro tan inteligente y locuaz está condenado a la negritud y a todo el significado sombrío e infausto que este color lleva consigo.