Nadie me habla



Soy un tipo afable. Me encanta relacionarme con la gente. Hablo mucho, interactúo constantemente con casi todo el mundo, saludo a todo aquel que me parece cercano, siempre tengo algo en la manga para soltarle a mi ocasional compañero de ascensor, sonrió a las viejecitas y siempre tengo algo que decirle al portero de mi casa o al vigilante jurado que franquea la puerta de mi oficina.... Mi cuñado continúa asombrándose cuando caminamos juntos y converso con todo el mundo sin motivo aparente alguno, lo cual no cuadra en su mente ingenieríl... 

Profesionalmente me dedico a las relaciones públicas como complementó directo de la comunicación, por lo que en mi trabajo no me queda otra que tratar con todo "bicho viviente", desde el equipo directivo hasta el bedel; coordinando gestiones con todos los ámbitos de mi compañía, desde recursos humanos hasta seguridad, desde marketing hasta finanzas, desde estrategia hasta mantenimiento...

Por eso, porque en todo momento hablo, sugiero, recibo, negocio, coordino, atiendo, comprendo, explico, atiendo y muchas cosas más a todos los que me rodean... lo que me pasó aquella mañana fue especialmente terrible para mi...

Aquel día nadie me hablaba, nadie me escuchaba, nadie se dirigía a mi... Todo el mundo me ignoraba, nadie contestaba mis saludos, nadie me miraba siquiera, todos me ignoraban...

La cosa empezó por el vecino de arriba, con quien suelo coincidir en el ascensor y siempre hablamos del tiempo o de algún problema común a todos los inquilinos de nuestro edificio... iba como ensimismado, ni me miró... Enseguida me crucé con el siempre amable portero de la urbanización, con el que siempre intercambió algunas palabras... esta vez me volvió la cara... 

Cuando paré en el quiosco, le deje unas monedas al quiosquero antes de recoger mi periódico, pero ni una palabra, ni un gesto, ni siquiera un buenos días... En la cafetería en la que suelo desayunar, la de toda la vida, en la que Miguel, el dueño, siempre me suelta algún chascarrillo me pasó más de lo mismo. Me puso lo de siempre, mi café con leche templada y dos azucarillos, pero ni me miró... 

Empecé a preocuparme... Que leches ha pasado para que todo el mundo esté tan insociable...? me pregunté... pero antes de empezar a buscar respuestas me di de bruces con más constataciones de que este día no era normal... y es que el dicharachero vigilante de mi oficina tampoco me miró, el grupo de gente que subía conmigo en el ascensor hablaban entre ellos pero me ignoraban sin piedad... Mis compañeros de departamento a los que saludo más o menos efusivamente cada mañana no movieron ni un milímetro sus rostros cuando entré dando los buenos días... en fin, un desastre...

Me cansé de aquello... Me encaré con mi compañera de al lado que siempre me cuenta sus cuitas con su hija que no me importan mucho pero que escucho amablemente por agradar, y que ese día no me contaba nada... Y le dio igual, no parecía verme...

Traté de tranquilizarme y decidí hacer algunas llamadas pendientes, pero nadie me contestaba... Intenté encender el ordenador, pero tampoco respondía, y cuando llame al departamento de informática, seguían sin cogerme el teléfono... Empezaba a ponerme nervioso... Me levanté agitado y grite aquello de "pero que le pasa a todo el mundo" y ante la nula respuesta del personal insistí en un tono bastante elevado... "todo el mundo se ha vuelto loco"... Y nada, nadie movió una pestaña...

Entonces opte por largarme de allí... Bajé en el ascensor sin interactuar con nadie, salí por la puerta sin despedirme del vigilante jurado, crucé la calle deprisa sin saludar a ninguna de las personas que conocía y con las que me rocé el hombro... Y corrí... Corrí hasta el parque de al lado, y hasta situarme debajo de un árbol, para tratar de pensar, de entender, de analizar, de sentir, de conectar con lo que estaba pasando, de vaciar mi mente... 

Y allí estaba tumbado en la hierba, pensando, dándole vueltas a lo que estaba pasando, analizando que podía haber hecho mal, imaginando como tenía que reaccionar... Cuando un pequeño golpecito de un objeto extraño interrumpió mis pensamientos.

Era una pelota que se le había escapado a un niño... Mé incorporé y miré al niño fijamente, como expectante, tanto que incluso podría haberle asustado... y entonces el niño me dijo... "señor, me puede devolver mi pelota..."... Entonces un rayo de tranquilidad atravesó mi cuerpo de punta a punta. Le sonreí, le devolví su pelota, le removí la coronilla, y corrí de nuevo hacia mi oficina...

El vigilante me saludó amablemente comentándome el tiempo, y unos compañeros que salían a fumar me preguntaron "pero de donde vienes ahora, hombre...". 

Entonces me relajé, hinché mis pulmones, sonreí y avancé saludando afablemente a todo aquel que me encontré... Todo había sido un mal sueño... Pero lo cierto, es que lo pase fatal...!!!