Nueva Política


Era uno de esos días en los que todo parecía volverse del revés, una tarde anodina con el cielo oscuro y la calle llena de gente que pulula sin cesar, que se cruza frenéticamente sin saber muy bien dónde va, pero haciéndolo deprisa, por si acaso.

En el interior de unos grandes almacenes, los más grandes del centro de la ciudad, el ambiente no era más relajado, sino más bien al contrario. La clientela entraba y salía del edificio sin descanso como si no hubiera otro día para comprar cualquier cosa, y el ambiente consumista embriagaba a nada que fueras un poco sensible.

Las escaleras automáticas estaban colapsadas por todo tipo de clientes y curiosos que subían y bajaban sin descanso, organizándose incluso pequeños barullos arriba y abajo, para desesperación de los que estaban en la cola y satisfacción de los responsables del centro.

Solo unos pocos saben cómo evitar esa situación utilizando los ascensores del fondo, ubicados en el último rincón de cada planta, junto a los baños, escondidos para la mayoría, y recurso típico de listillos y discapacitados.

Y allí estaban esperando el ascensor en la primera planta de aquel centro comercial abarrotado un viejo orondo y un joven piltrafa. Ambos se miraron de reojo, quizás curiosos por la diferencia radical de aspecto físico, quizás desconfiados por estar solos en un lugar con tanta gente, o quizás prudentes ante la sensación común de que no tenían nada que compartir.

Y pasó lo que tenía que pasar. El ascensor llegó y ambos subieron en él, solos. El viejo orondo le dio al botón de la cuarta planta, mientras el joven piltrafa pulso el de la sexta. Ya al empezar a subir, el elevador hizo un quiebro raro acompañado de un sonido sospechoso; pero cuando estaba entre la segunda y la tercera planta, se paró en seco dando un pequeño bote que asustó a ambos pasajeros. Y allí se quedó.

El joven piltrafa dejó de mirar su teléfono móvil por un momento y comenzó a pulsar los botones del ascensor compulsivamente. Mientras tanto, el viejo orondo sacó su teléfono móvil con tranquilidad del bolsillo e intentó hacer una llamada. Pero todo resultó inútil, ni había cobertura para los móviles, ni funcionaba absolutamente ninguno de los botones del elevador, y mucho menos el clásico con una alarma.

-Pues vaya caraja. Dijo el joven piltrafa.

-No sé que quieres decir, pero tenemos un problema. Susurró el viejo orondo.

Fue entonces cuando comenzaron a caer en serio el uno en el otro. Ambos hicieron el típico recorrido visual de su oponente de pies a cabeza, sin ningún disimulo; y ambos mostraron cierta incomodidad con el compañero de viaje que les había tocado en suerte.

El joven piltrafa decidió entonces sobreponerse y responder con cierta altivez ante aquella mirada del viejo orondo que le había parecido que desprendía cierto grado de despreció.

-Pues aquí donde me ve, soy concejal del Ayuntamiento. Ya sé que puedo no parecerlo, pero lo soy, y me voy a encargar de que inspeccionen estas instalaciones por falta de seguridad, y si hay que cerrar el centro comercial, pues se cierra.

-Pues no lo pareces, no. Más bien pareces uno de esos jóvenes antisistema que tanta guerra  están dando últimamente. Pero claro, es la nueva política...

-Pues si -respondió airado el joven piltrafa- pero parece que ha quedado claro que se puede ser antisistema y representar a los ciudadanos en las instituciones...

-Ya veo, ya veo... -contestó el viejo orondo- aunque en otros tiempos eso era de otra manera. Entonces se exigía un poco de respeto y algo de decencia para estar en esas instituciones de las que hablas.

-Y así nos iba. Entonces estábamos dirigidos por la oligarquía, y el pueblo no podía ni respirar. Pero las cosas van a cambiar definitivamente... se van a enterar los responsables de este centro comercial, quizás pida a mi colega de urbanismo el cierre cautelar por irregularidades en la construcción...

-Tranquilo chaval, que solo se ha estropeado el ascensor, y seguro que enseguida vienen a rescatarnos.

-Ya, pero mientras tanto, aquí estamos encerrados y agobiados. Mientras los dueños del centro hacen caja sin parar a costa del puñetero consumismo. Desde luego que esto hay que cambiarlo, y lo cambiaremos. Necesitamos una sociedad más justa y equilibrada, necesitamos progresar y romper con las viejas costumbres, necesitamos evolucionar...

-Claro, yo pensaba lo mismo cuando era joven, y por eso me metí también en política. Llegue a ser diputado en varias legislaturas y desde allí algo cambias, pero poco... después acabé montando mi propia empresa, y aquí estoy contigo en este ascensor averiado.

-Lo que pasa es que con la vieja política apenas se legislaba para el pueblo. Todo se hacía pensando en los oligarcas, y me temo que usted era, o es, uno de ellos. Esto tiene que acabar, y por fin ha llegado la hora del gobierno del pueblo.

-Está bien, no pienso llevarte más la contraria, pero relájate, que parece que te estás alterando.

-Como no me voy a alterar. Estoy aquí encerrado con un viejo orondo que piensa que soy un joven piltrafa, y no sé cuando nos van a rescatar. No sé si llegaré a la Asamblea de nuestro grupo, y para coña, usted intenta darme lecciones. Y todo porque una empresa que se forra a base de los pobres consumidores no mantiene las más mínimas normas de seguridad. Definitivamente voy a hacer que les cierren.

-Vale, vale... tú mismo... Oye ¿y tú?, ¿qué hacías aquí a estas horas?

-Pues nada, venía a comprarle un regalo a mi hermanita, que es su cumpleaños y también tiene derecho.