El sombrero de paja



Para alguien nacido y criado en el campo, era una gozada visitar Madrid, la capital del reino, el lugar donde se decide todo desde un punto de vista político, la cuna del arte, dicen, y el lugar donde se celebran los más importantes musicales... Me habían hablado mucho del del Rey León, pero la verdad, a mi no me apetecía nada. Prefería hartarme de monumentos, que me expliquen un poco de historia, caminar todo lo posible por ahí, y terminar viendo el Santiago Bernabéu, aunque curiosamente y por momentos, por allí todo el mundo parecía colchonero...

Nos habían llevado al Palacio Real, habíamos visto aunque un poco deprisa, la verdad, la catedral de la Almudena, que grande es, pero tampoco tiene nada que envidiar a la Catedral de Palencia. Habíamos pasado por la Puerta del Sol, donde por cierto nos habían contado que acababan de colocar de nuevo el famoso cartel de Tío Pepe, pero en un sitio distinto, aunque a mi me dio igual, como no lo había visto en el sitio anterior...

Luego las mujeres se empeñaron en ir al Corte Inglés, vaya manía con ir a un sitio en el que sólo te venden cosas, por muchos que te vendan de todo... El caso es que los hombres, que sólo pensamos en acudir a las catedrales del fútbol y beber cerveza, empezamos a hacer tiempo para que nuestras señoras terminarán con sus compras, y nos acercamos a la Plaza Mayor... Un sitio muy bonito, la verdad, pero que se ve en un plis plas... 

Hacia un calor horroroso, estabamos sudando todos un montón... por muy acostumbrados que estuviéramos todos a los calores de nuestra tierra, aquí la cosa era mucho peor... Debía ser el asfalto, que retiene y lanza toda la calorina de nuevo hacia arriba, y como aquí todo era asfalto, pues ya se sabe.

Las mujeres habían comprado abanicos, un recuerdo muy bonito y práctico, con el que se airean un poco para salvar la situación, pero claro, unos señores hechos y derechos como nosotros no íbamos a tirar de abanico... Faltaría más... Así que optamos por comprar algo para la cabeza, y lo primero que vimos fue una antiquísima tienda de sombreros en uno de los soportales de la Plaza Mayor... y allí que nos metimos a comprar un sombrero que nos aliviara un poco de tanto rayo de sol...

Lo que pasó es que esta tienda era un poco rara. Vimos un cartel que decía Sombreros y Gorras La Favorita, la tienda de sombreros, gorras y boinas más antigua de Madrid, fundada en 1984... Y nos hizo gracia... No es que fuéramos a comprar una boina, que en el pueblo sólo la llevan los más vejetes, pero resultó gracioso que en el mismo centro de Madrid vendieran boinas, aunque claro, en la capital tiene que haber de todo... 

Pero nosotros lo que queríamos era un sombrero de paja, de los más simples, para que nos quitara la calorina... Y allí que nos habíamos plantado a ver si nos vendían uno...

Entrar allí fue toda una experiencia. El contraste entre la calle abarrotada de turistas, guiris mayormente, y la tranquilidad que en ese sitio se respiraba era brutal, parecía otro mundo. Apenas había gente, cosa que al principio no entendí, porque digo yo que cuando hace tanto calor, la gente se tapa la cabeza para intentar apaciguarlo... 

Los dependientes parecían extraterrestres. Había uno más joven, que estaba a lo suyo, pero los otros tres eran bastante entraditos en años, y un poco estirados... Parecía que nos miraban mal, pero no les quedo más medio que atendernos...

Todo estaba muy silencioso y, si me apuras, bastante oscuro... Había gorras y sombreros por todas partes, pero la verdad, la gran mayoría parecían de los de las películas... Vaya, que no veo yo a nadie con esas cosas en la cabeza por la calle... Pero aquellos hombres parecían muy orgullosos de sus productos...

Tras echar una ojeada a la tienda, y a cada cacho sombrero raro que allí tenían, no nos quedo más remedio que hablar con el dependiente que se plantó ante nosotros preguntándonos muy educadamente que qué deseábamos...

Estábamos un poco cortados todos, pero como ni el Eulogio ni el Eloy decían nada, no me quedo más remedio que llevar la voz cantante y contarle a aquel buen hombre qué era lo que queríamos... Y cuando se lo expliqué, llegó el desastre...

Le conté que estábamos de excursión por Madrid, que no soportábamos aquel calor, y que queríamos un sombrero de paja para aliviar la tostadera... Sin inmutarse y tras soltar una pequeña sonrisa que me mosqueó un poco, el dependiente se dirigió hacia una esquina donde había unos sombreros de paja bastante bonitos... de hecho, se parecían un poco a los que lleva Indiana Jones en las películas, y por la forma y al tocarlo, parecían tener mucha calidad...

No buscábamos eso, porque con un sombrero de paja de andar por casa nos valía, pero por vergüenza torera, no me quedo otra que preguntarle por el precio... y ahí es donde casi me desmayo... y es que el sombrerito de marras costaba la friolera de 192 euros, o sea, mucho más de treinta mil de las antiguas pesetas...

El tipo debió ver mi cara de susto, pero no se inmuto y empezó a contarnos las maravillas del sombrero... Que sí aunque se llamaba Panamá estaba elaborado en Ecuador, que si estaba hecho a mano y habían tardado semanas en hacerlo, que si era de una paja especial, japajipi creo que dijo, con la badana de piel y la cinta fabricadas en Italia, que si lo había llevado un tal Roosevelt para inaugurar las obras del Canal de Panamá... 

Al principio nos quedamos blancos... No sabíamos que decir... Entre tanta explicación y el precio aquel, parecíamos mudos... Hasta qué al Eulogio le dio por decir... "Y la música, donde la lleva..."... Entonces los tres empezamos a reír... Más que reír, nos partimos el pecho con tanta carcajada... Y claro, a aquellos hombres, tan serios, tan estirados, con tanto glamour y tan acostumbrados a los señoritos de ciudad, no les gustó un pelo... De tal manera, que con bastantes malas formas, la verdad, nos invitaron a irnos, por no decir que nos echaron de allí con cajas destempladas...

Ya en la calle, justo en la callecita de al lado, entre risas y comentarios, vimos justo al lado una tienda de estas de los chinos y que en nuestra tierra se llamaban "todo a cien" toda la vida, y allí, junto a la caja, había un perchero con unos sombreros de paja fantásticos..., no eran tan bonitos ni tan finos, pero nos costaron a seis euros la unidad, o sea, mil de las antiguas pesetas... Y cumplían con su cometido divinamente...

De nuevo en la Puerta del Sol, cuando nos juntamos con el resto de la excursión, no terminaban de creerse lo que les contábamos... Y la Constan y la Pili, allá que se fueron para La Favorita a ver que se cocía... Me imagino la cara de aquellos hombres cuando las vieron llegar...

Pero nosotros contentos... Con nuestros estupendos sombreros de paja comprados en Madrid, pero sobre todo con una historia en aquella tienda de sombreros, la más antigua de Madrid, de la que seguro que nos acordáremos toda la vida...