Entenderlas



Juan caminaba por la playa un poco apesadumbrado, parecía claro que algo le atormentaba y mantenía sus pensamientos secuestrados. Se sentaba sobre la arena y se volvía a levantar para caminar en círculos y volverse a sentar. Por momentos, estando sentado se sujetaba la cabeza con sus puños para luego mirar al cielo como esperando algo. Más adelante caminó y caminó al tiempo que, de vez en cuando, propinaba una patada en la arena que dejaba patente una especie de impotencia que no lograba controlar... y así durante un largo y tortuoso espacio de tiempo...

Hasta que, por fin, decidió entrecruzar los dedos de sus manos con las palmas hacia abajo, y colocando sus brazos por encima de su cabeza y luego echándolos un poco hacia atrás, apoyó su nuca sobre sus manos para mirar hacia un infinito azul y dirigirse nada menos que a Dios.

-Señor, si pudieras ayudarme... si pudieras concederme un único deseo que acabara con esta desesperación que me martiriza...

Aquello pareció funcionar e, inesperadamente, una atronadora voz que solo él parecía poder escuchar en aquella solitaria playa, le dijo lacónicamente...

-Pide y se te concederá...

Tras unos segundos absolutamente paralizado por aquella inesperada situación, Juan optó por explicar con algunos detalles su situación a aquel ser claramente superior que quizás podría solucionar su problema.

-Oh...! Gracias Señor... No sé si lo sabes, porque se supone que lo sabes todo, pero estoy profundamente enamorado de Julia. La amo con todo mi corazón y realmente creo que soy correspondido. Pero hace algunas semanas, ella tuvo que marcharse a trabajar a Mallorca porque por aquí, por Castellón, no hay mucho trabajo, y llevo todo este tiempo sin verla...

-Y bien...? -replicó el ser superior-

-Si, si, le explico... Yo iría a verla ya mismo, pero le tengo un pánico atroz al agua y jamás he subido a un barco y mucho menos para introducirme en alta mar..., y no se lo va a creer, pero lo de volar es algo superior a mis fuerzas, solo pensarlo me produce mareos y un vértigo que me hace enfermar... vamos, que la única manera de ir a ver a Julia es por tierra, y estando en Mallorca se me hace un poco difícil... ¿Seria posible construir un gran puente que uniera la península con la isla de Mallorca y así poder acudir a ver a mi novia en mcoche? Mire, conducir no me importa, y eso permitiría que Julia y yo estuviéramos juntos en alguna ocasión...

Tras un demasiado largo e incómodo silencio, durante el que Juan no dejaba de acariciar el cielo con su mirada a la espera de una respuesta a su solicitud, el ser superior terminó por contestar negativamente, eso si, argumentándolo...

-Mira hijo, eso que me pides es un trabajo muy materialista. Piensa que para llevar a cabo tu deseo, tendría que erguir grandes pilares de hormigón que profanarían los océanos. Para ello, debería emplear miles y miles de toneladas de hierro y asfalto, acabaría con millares de especies marinas, cambiaría la faz de la tierra convirtiendo una obra de Dios en algo que impactará sobre la vida, sobre el medio ambiente, sobre la propia humanidad... y eso por no hablar de los agravios comparativos de otras personas que podrían estar en situaciones parecidas a la tuya en otros recónditos lugares del mundo... reflexiona hijo mío, te ruego que me pidas algo que no impacte en la humanidad y que me honre y glorifique.

Tras algunos segundos que a él se le hicieron eternos, en los que pasó de una indisimulada rabia a una forzada comprensión, pasando por una rápida pero profunda reflexión, Juan decidió sobre la marcha cambiar su estrategia y aprovechar que la oferta de cumplir un deseo por parte del ser superior parecía seguir en el aire...

-Entiendo Señor... entiendo que eso que le pedía es prácticamente imposible, y por eso me atrevo a pedirle a cambio algo más terrenal, algo que no es nada materialista, sino más bien todo lo contrario...

-Te escucho hijo...

-Mire, antes de enamorarme profundamente de Julia con quien ahora tengo algunas discusiones por esa situación logística que le comentaba anteriormente, me había divorciado tres veces, y en todas esas relaciones sufrí mucho por culpa de la incomprensión hacia el otro género... por eso, me gustaría tener el don de saber escuchar a las mujeres, comprenderlas, saber por qué dicen no cuando quieren decir sí y viceversa, averiguar qué quieren decir cuando callan, entender por qué lloran sin motivo aparente... en fin, llegar a saber cuál es el secreto para hacer feliz a una mujer y de esa manera conseguirlo...

Fue entonces cuando el cielo se oscureció de repente y se sucedieron algunas pequeñas inclemencias meteorológicas... se escuchó algún relámpago seguido de su correspondiente trueno, y solo cuando hubo pasado un tiempo y todo parecía volver a su sitio, fue cuando el ser superior carraspeó desde lo alto y decidió responder a aquel ultraterrenal deseo con una pregunta bastante directa:

-¿Y de cuántos carriles dices que quieres el puentecito?

Aiko y Briggita



Aquel japonés llamado Aoki (en japonés, árbol verde) llegó a Oslo, en Noruega, en un viaje de trabajo programado, y al llegar allí no pudo por menos que exclamar: ¡que magnífico komorebi! (en japonés, la luz que se mezcla a través de las hojas de los árboles), justo cuando decidió dar un paseo por aquel parque antes de su difícil reunión.

Poco después, y puesto que no había desayunado, decidió entrar en el pequeño establecimiento de la esquina y pedir un café con palegg (en noruego, cualquier cosa que le pongas al pan) con el objetivo de tomar energías para abordar la reunión con el suficiente ánimo.

Allí conoció, un poco a lo tonto, a Briggita, que aunque podía parecer noruega era sueca, y decidió sincerarse con ella contándole los miedos que le atormentaban de cara a su reunión. Aquella joven, que trabajaba como responsable de departamento en el Ikea de Oslo, terminó por convencerle de que debía seguir su propio mangata (en sueco, el reflejo de la luna, como un camino, en el agua), algo que casi sin pensarlo, decidió imponer en su determinación.

A pesar de todo, y mientras le pagaba el café al camarero filipino, Aoki seguía teniendo una buena dosis de kilig (en tágalo, la sensación de tener mariposas revoloteando en el estomago), lo cual no era ni bueno ni malo, sino que le hacía sentir cierta inseguridad.

Con demasiada frecuencia, aquel japonés hacia tsondoku (en japonés, comprar un libro, no leerlo, y dejarlo apilado sobre otros libros no leídos), dejando buena muestra de su inconstancia, pero en esta ocasión no podía permitirse ese lujo. En esta ocasión tenía que darlo todo, aunque no estaba muy seguro de cómo hacerlo... 

Sin embargo, un apasionado forelsket (en noruego, la euforia indescriptible que experimentas cuando te enamoras) se había instalado en su corazón tras aquella breve pero intensa charla con Briggita, lo cual no le permitía centrarse en preparar la reunión como era necesario y hacia que su kilig se disparara hasta la saciedad.

Así las cosas, decidió abstraerse de todo y no se le ocurrió mejor manera de hacerlo que invitando a pasear a la joven sueca por el hermoso parque que había descubierto hacía poco. Mientras le mostraba aquel apasionante komorebi, Aoki le explicó a la joven que el kilig se había apoderado de su ser, y que aquel forelsket le daba una fuerza increíble que en realidad necesitaba para abordar aquella maldita reunión con éxito.

Briggita no pudo por menos que sonreír para, tiernamente, explicarle a Aoki que el mangata ayudaba a encontrar el camino, pero que no servía para sustituir la preparación y la experiencia, y que debía compensar su tendencia al tsondoku con altas dosis de forelsket por el trabajo, a la vez que el kilig debía pasar de forma fluida de su estómago a su cabeza.

Aquel japonés llegó a su reunión fortalecido y, tras una fantástica actuación, consiguió dar los pasos previos necesarios para que su compañía llegara a un importante acuerdo de colaboración con el principal fabricante europeo de teléfonos móviles. 

Y todo fue gracias a Briggita, con quien tras compartir aquel café con palegg de no sé qué, y sentir gracias a ella aquel profundo kilig, pudo convertir aquella especie de tsondoku en un forelsket por la vida que le llegó como un mágico komorebi.

Aiko y Briggita no volvieron a verse nunca, pero ella permaneció siempre en su mente y en su corazón, y no porque aquella reunión le alzara a un puesto directivo en su empresa que le permitió ser el ejecutivo del año en Japón, sino por aquel profundo forelsket que removió sus entrañas con un diabólico kilig, que hizo que encontrará el mangata entre el komorebi, en los negocios y en el amor.


* Aoki: en japonés, árbol verde

* Komorebi: en japonés, la luz que se mezcla a través de las hojas de los árboles

* Palegg: en noruego, cualquier cosa que le pongas al pan

* Mangata: en sueco, el reflejo de la luna, como un camino, en el agua

* Kilig: en tágalo, la sensación de tener mariposas revoloteando en el estomago

* Tsondoku: en japonés, comprar un libro, no leerlo, y dejarlo apilado sobre otros libros no leídos

* Forelsket: en noruego, la euforia indescriptible que experimentas cuando te enamoras

Maldito escalón



Tras abrirme la puerta me dijo ¿vienes a por un monopatín?. Ella los vendía en el portal de aquel viejo edificio, donde decidí que tenía que ser mía. Después de que un joven patinador me enseñara a manejar el trasto, regresé dispuesto a asombrarla con mis habilidades sobre ruedas. Cuando estaba en lo mejor de la demostración, aquel maldito escalón me proporcionó un batacazo estrepitoso, doloroso y humillante. Mi gozo hubiera caído en un pozo, si no fuera porque en su casa curo mis heridas...