Allí estábamos los tres...



Allí estábamos los tres, el matemático, el imbécil y yo... Hacia calor, mucho calor, y los tres sobrevivíamos como podíamos en aquel lugar que ninguno conocíamos, en aquel erial desértico en el que habíamos caído... y digo caído porque literalmente habíamos caído allí...

Solo unas horas antes no conocía a ninguno de mis nuevos compañeros de batalla. Apenas unas horas antes había cogido aquel avión en Rabat con destino a Sidi Ifni, con el objetivo de conocer de primera mano el lugar en el que mi abuelo había iniciado su carrera militar, y del que tanto me había hablado en esas tardes de "batallitas" con las que tanto había disfrutado. 

Un total de 12 personas habíamos cogido aquel avion destartalado, a saber cada una para qué... Allí había algunos marroquíes, pero el resto éramos europeos, a cual mas friqui... El caso es que a aquel viejo avion, un Beechcraft 1900 americano, bimotor y turbohélice, de 19 plazas, se le incendió uno de los motores en pleno vuelo, y tras unos momentos de pavor, el piloto optó por realizar un aterrizaje forzoso que no fue especialmente complicado gracias a que lo que hacíamos en ese momento era sobrevolar un inmenso desierto, que yo calculo que era el Sahara...

No sabemos muy bien que es lo qué pasó, pero puedo decir que el piloto, un hombre mayor bastante experimentado, salvó bastante bien la situación realizando una maniobra de aproximación muy decente, teniendo en cuenta que solo llevábamos un motor operativo..., y completó un aterrizaje estupendo, teniendo en cuenta que lo hizo sobre unas enormes dunas de arena, un material que amortiguó el golpe, por un lado, pero que destrozó el tren de aterrizaje por otro, con lo cual todo el aparato se tambaleó y acabó rompiéndose también el extremo del ala derecho... Eso si, el fuselaje aguantó fenomenal, por lo que todos podemos contarlo, aunque unos con más susto que otros...

El caso es que allí sobrevivimos los trece, los doce pasajeros y el piloto, y allí nos habíamos quedado en el medio de la nada, tan solo con kilómetros y kilómetros de arena por delante... Y por detrás, y por los lados... Había algún herido leve, algún viajero muy asustado y mucha confusión... 

La radio no funcionaba, apenas si había provisiones, y desde luego muy poco agua para sobrevivir si todo se complicaba... Una vez que nos recuperamos todos de los dos impactos... primero el físico y luego el emocional, llegó el momento de plantear la situación y de tomar decisiones... Quedarnos allí a esperar a que alguien nos encontrará después de echarnos en falta, o comenzar a caminar con la esperanza de encontrar algún lugar habitado o encontrar a alguien que facilitará nuestro rescate...?

De los trece supervivientes, diez decidieron que lo mejor era partir hacia ninguna parte, en busca de algún lugar, sin ninguna garantía de éxito, y con la única ventaja de que el piloto estaba entre ellos, y el tipo parecía tener muchos conocimientos sobre orientación, y bastante experiencia a la hora de afrontar problemas... pero yo decidí quedarme...

Allí teníamos un lugar donde refugiarnos, una sombra para soportar el angustioso calor, y un espacio para guarecernos y soportar las frías noches, y es que en el desierto, en contra de l que pudiera parecer, las noches son muy frías... Además, siempre podrían encontrarnos con más facilidad si alguien salía en nuestra busca y decidía seguir la ruta habitual de ese vuelo.

Fue realmente extraño el momento en el que tres personas que no nos conocíamos de nada nos apiñábamos para despedir a otras diez, a las que tampoco conocíamos de nada, y que partían hacia no se sabe donde, con un incierto futuro, dejándonos en no se sabe donde, con un realmente incierto futuro.

Y allí nos quedamos los tres. Por una parte, un noruego, con cara de triste, que había conservado sus gafas después del impacto, que vestía un traje barato lógicamente destrozado por las circunstancias, y que parecía obsesionado con intentar devolver a la vida su tablet y su ordenador portátil, aunque en realidad no era informático, sino matemático...

Por otro lado, aquel gordito o gordinflón francés, un joven sin sustancia, que llevaba unos pantalones vaqueros de esos caídos, que dejaban ver para desagrado de quien lo veía, la parte superior de su trasero, que estaba muy asustado con la situación, que hablaba solo a menudo paseando nerviosamente de un lado para otro y que no se porqué, despertaba en mi bastante mal rollo... Era eso de que no sabes porqué, pero no puedes con él...

Se imponía saber quienes eran mis nuevos compañeros de aventura, y no fue fácil, porque mi inglés no es muy profuso, y de francés y noruego no tengo ni idea... pero pude averiguar que el matemático noruego se llamaba Hugo, que estaba casado y tenía una niña pequeña, que trabajaba en una ingeniería y que iba a Sidi Ifni para ver a un cliente que quería explorar la posibilidad de explotar allí un negocio de placas solares...

El gordinflón francés parece que iba en busca de una chica marroquí a la que conoció en Toulouse, de la que se enamoró perdidamente, y que había decidido regresar a su país sin avisarle... Parece que el muchacho, bastante bobalicón él, había emprendido una búsqueda sin sentido de su exótica amada, más relacionada con una obsesión absurda que con la posibilidad real de que ella o su familia fueran a aceptarle finalmente... Sus indagaciones en Rabat habían situado a la joven en Sidi Ifni, en casa de un familiar, y allí que quería llegar el amigo...

Con la llegada de la noche, y del frío con ella, optamos por hacer una hoguera en la que calentarnos un poquito, para después habilitar parte del fuselaje del avión como refugio nocturno... 

Mientras el matemático noruego se afanaba en intentar arreglar la radio del avión, con el ilusionante objetivo de poder comunicar con alguien para que pudieran venir a rescatarnos...; el gordinflón francés se dedicaba a recitar un mantra ininteligible supongo que incluso para un francés, mientras balanceaba su cuerpo de atrás hacia adelante...; y yo me dedicaba a escudriñar qué es lo que había entre los restos del aparato y de los equipajes de los pasajeros, que pudiera servirnos para sobrevivir un tiempo incierto, en unas condiciones inciertas, de una manera realmente incierta... Y así, pasaron algunos días que no merece la pena recordar...

El caso es que los tres sobrevivimos lo suficiente hasta que vinieron a rescatarnos..., que pasamos mucho tiempo allí compartiendo miserias, miedos, alimentos, historias, inquietudes e incertidumbres... y que no he vuelto a ver jamás a mis compañeros de desventura... Y que me gustaría...