La Memoria Histórica



Corría 1977 y tras un periodo extraño que siguió a la muerte del dictador, en breve iban a celebrarse las primeras Elecciones Democráticas en nuestro país. Para un adolescente que vivía en un pueblo casi perdido de Palencia y que aún no había comenzado a interesarse por la política,  aquello solo hubiera causado una lógica curiosidad, si no fuera por los estragos en forma de odio radical e incomprensión que trajo consigo.

Villaviudas es un tranquilo pueblo de la Comarca del Cerrato palentino, con apenas 500 habitantes, y en el que mi vida como infante había corrido hasta el momento con absoluta tranquilidad. No es un pueblo encerrado en la montaña, ni un núcleo de población con demasiada identidad. Es una de esas numerosas poblaciones de Castilla que se van despoblando con el tiempo por la falta de oportunidades, pero que esta cerca de la capital, con lo que su supervivencia está garantizada.

Pero la paz y la normalidad que allí se había respirado hasta entonces empezó a enrarecerse con la cercanía de aquellas traídas y llevadas primeras Elecciones Generales de la democracia. De repente, tanto en casa como en la calle, se escuchaban conversaciones al hilo de la contienda electoral que olían a rencor. Como por arte de magia, surgieron actitudes incomprensibles en la gente si no tenías una mínima información. En cuestión de días, relaciones sociales normalizadas se fueron al traste sin motivo aparente. Las tranquilas tertulias de los mayores se vieron alteradas por un debate que tenía más que ver con rencillas personales que con la política, pero estaban teñidas de política hasta la médula.

Se llegaron a producir situaciones terribles, como parejas de jovencitos cuestionadas por las familias de ambas partes en virtud de una adscripción política heredada y no coincidente; sugerencias veladas por todas partes para frecuentar a tal o cual amigo o, lo que es peor, dejar de frecuentar a otros; y personas mayores hasta el momento afables, tirando de recuerdos hasta el momento quizás enterrados, o quizás simplemente ocultos a la espera de una oportunidad para airearlos.

Eso por no hablar de una situación que me impactó, y que se basó en una brutal extrapolación de la única actividad social del pueblo. En Villaviudas había por entonces dos bares que eran frecuentados por todos y que aportaban una especie de sana variedad a las escasas herramientas de socialización locales. Dos bares donde hasta la fecha la gente acudía indistintamente en función del momento. Pero aquellas Elecciones lo cambiaron todo. Cada descendiente de un bando se juntaba únicamente en uno de los bares con sus acólitos, donde daban rienda suelta a sus recuerdos, a sus historias escuchadas desde el odio, a sus supuestos ideales, a un rencor inculcado con ahínco... y todo ello siguiendo una especie de mantra auto impuesto. Tardé en comprender porqué mi padre, de repente, cambiaba de bar para echar la partida y cruzaba todo el pueblo para pasar ese momento de relax vespertino en un bar distinto al habitual. 

El caso es que como no entendía mucho y ya por entonces mi curiosidad apretaba, me lancé a realizar algunas pesquisas que aclararan lo más concienzudamente el porqué de aquella situación. Pregunté a mis padres, a mi abuela, al señor José, que era un viejito que se entretenía mucho con los más jóvenes, e incluso, jugándomela, a mis amigos procedentes de familias del otro bando. 

De aquella somera investigación surgieron algunas conclusiones y muchas, muchas historias que almaceno en mi memoria y que quizás algún día podrían tomar forma a modo de expresión literaria.

El resumen es que mi pueblo fue una de aquellas poblaciones profundamente afectadas por la quiebra social y política de la Guerra Civil, allá por el año 1936. En Villaviudas, los dos bandos se polarizaron de forma brutal, y muchos aprovecharon la contienda para resolver viejas rencillas a las bravas. Algunas denuncias y delaciones basadas en el odio enfermizo trasmitido y provocado quizás por una envidia incrustada en el alma, acabaron con muchos jóvenes partiendo en un camión que se dirigía hacia ninguna parte y cuyo trágico destino era sucumbir ante un pelotón de fusilamiento.

Aquel entorno de dramáticas despedidas, incomprensiones y muerte acabó convirtiéndose en una especie de olla a presión que trajo consigo numerosas historias que se han ido contando a lo largo de los años... 

Historias de desamor y horror como aquella que contaba que un joven de un bando delató a otro del bando opuesto sólo porque la chica de sus sueños no se rendía a sus encantos mientras bebía los vientos de aquel muchacho instalado en la ideología contraria... 

Historias de ambiciones desmedidas y envidias incontroladas como aquella protagonizada por un señor sin corazón que no podía soportar ver como otro que descendía de la familia de sus antiguos criados había prosperado a base de trabajar, segando su laboriosa trayectoria con un viaje en aquel camión maldito... 

O historias teñidas de agradecimiento y ternura como aquella que explicaba porqué durante años, aquel viejito que paseaba siempre por delante de mi casa cuando yo era un niño me obsequiaba con sonrisas, tebeos y cariñosos toques en la coronilla que estaban motivados por el eterno agradecimiento a mi abuelo, que siendo del otro bando y el único que supo que aquel buen hombre estuvo durante años escondido a cal y canto en el desván de su casa, jamás lo delató, mostrando una humanidad muy por encima de la política o la zafiedad y que le llevaron a convertirse en uno de los referentes del pueblo durante toda la dictadura y hasta su muerte...

Aquellas historias, en las que siempre ganaba un bando mientras el otro perdía trágicamente solo porque mi pueblo estaba ubicado en terreno ganado por los nacionales, influyeron sobre manera en mi percepción de la vida, de la política, de las relaciones humanas... y estoy convencido de que conformaron en cierta manera mi carácter... Pero quedaron en el ámbito de la historia, permanecieron en el hilo del agua pasada, se instalaron en una percepción de horror superado y aunque me hicieron pensar, jamás se inmiscuyeron en demasía en mi día a día...

Y aunque aquellas Elecciones Generales provocaron un incómodo revulsivo político, hicieron surgir fantasmas, trajeron consigo el retorno de odiosos recuerdos, incrementaron una equilibrada tensión social sin necesidad, revolvieron la memoria de los ancianos, enconaron diferencias actuales en aras de cuitas familiares pasadas, removieron voluntades, enajenaron a los más descerebrados, causaron alguna incomodidad puntual, revisaron muchas posiciones, separaron sin sentido algunas relaciones y movilizaron a algunos retorcidos... Al final, pasaron... 

No fue fácil ni corto, pero aquella pequeña gran revolución promovida por el recuerdo de aquella horrorosa historia ocurrida 40 años atrás, se fue diluyendo... Con los años, las cosas se normalizaron y las relaciones se repusieron... Quizás cada cuatro años con motivo de una nuevas Elecciones Municipales, algunas cuitas volvían a surgir en forma de apoyo a uno u otro partido, pero de forma razonable, incorporando algo de debate ideológico, insistiendo en la diversidad pero huyendo del odio heredado, sin rencores enconados, diseñando una nueva realidad social, sin olvidar la historia, pero centrada en algo que podríamos llamar reconciliación social...

Y así pasaron 30 años más... Pero cuando parecía que todo estaba normalizado, cuando todo el mundo parecía tener asumido que aquellos horrores eran simplemente pasto de hemeroteca, cuando nadie sufría ya por una historia bien pasada, cuando la vida fluía sin problema alguno en mi pequeño pueblo y las relaciones parecían no estar influidas de manera alguna por aquel pedazo de la historia local... Entonces fue a cuando a algún lumbreras se le ocurrió inventar aquello de la "memoria histórica"...

Seguramente como cortina de humo para tapar una pésima gestión gubernamental, quizás por enconar o polarizar la política partidista, a lo peor desde la mala fe y la necesidad de una simbólica venganza, o simplemente desde la ignorancia de lo que aquello iba a producir en pequeñas comunidades como Villaviudas... el caso es que alguien decidió que había que empezar a localizar fosas comunes, a desenterrar cadáveres por doquier, a trajinar y enfrentar a golpe de historia, a sacar sin miramientos las más bajas pasiones, a remover la memoria de los más ancianos, a intentar recuperar un odio visceral ya amortizado, a dinamitar la convivencia, a enfrentar sin sentido... y todo 70 años después...

Y claro, mi pueblo, machacado por aquellas historias de horror de hacía 70 años, aventado en aquellas primeras Elecciones Democráticas de hacía 30, y con algunos ancianos que recordaban sobrevenidamente y todavía con horror aquellas situaciones vividas en su niñez o adolescencia, sucumbió al envite, se dejo llevar por la vía del rencor en aras de la nueva ideología política, entró en el juego del horror recuperado... y con cierto atolondramiento y sinsentido enmarcado en una especie de supervivencia política, se alió con la línea oficial y comenzó a desenterrar cadáveres, y empezó a recuperar odios, y se apuntó a todo tipo de eventos relacionados con aquella pantomima, y removió dramáticas insidias... 

Mi pueblo fue uno de los baluartes de aquella desastrosa recuperación de la memoria histórica, que donde no había hecho estragos apenas pasó desapercibida, pero donde si se había padecido, vino a incrementar ese sufrimiento sin sentido alguno, incidiendo en una brecha emocional y vital ya pasada, actuando sobre la convivencia a base de históricos rencores insanos, desenterrando el odio junto a los huesos, intentando partir de nuevo algo tan vital como la convivencia.

Son las miserias de la condición humana teñidas de política. Y eso no es política... Quizás por eso me interesa la política.