Volando...



Era un tipo con mucho voltaje. Le encantaba ir siempre a cien por hora, a una velocidad por encima de lo normal, con una tensión que superaba los límites de lo habitual con creces. Se la jugaba siempre y la adrenalina era su principal aliada. No le tenía miedo al peligro, disfrutaba a tope del riesgo... 

Y hasta aquí llega la omnisciencia del asunto... Esto era todo lo que sabía sobre él, siempre por referencias. Algo así era lo que contaban de él los que le conocían, los que habían oído hablar de sus andanzas, los que se habían admirado de sus proezas, los que habían disfrutado en alguna ocasión de su compañía, los que habían tratado con él de alguna manera...

Si todo era sorprendente, mucho más lo era que el tipo en cuestión tuviera 82 años. Y allí estaba nuestro hombre con él, dispuesto a subirse a ese avión ultraligero pilotado por aquel valiente. Y se subió, y voló, y alucinó, y disfrutó, y se liberó, y sucumbió a la emoción de aquel momento.

Primero sacaron el avión del hangar, toda una parafernalia en la que había alguna pequeña parte de sapiencia y bastante de fuerza... Y allí estaba aquel hombre tirando del avión, rechazando la ayuda de alguien más fuerte, se supone, que él.

Luego hicieron lo que él llamó pre-vuelo, que no es sino comprobar que todo estaba en orden en el avión. Comprobaron las bujías, el nivel del aceite, la tornillería de todo tipo, el estado de la tela de las alas, la potencia del motor... Y muchas cosas más...

A partir de ahí montaron en el avión y ajustaron todo lo ajustable. Los cinturones de seguridad, los cascos para oír la radio, las puertas bien cerradas, toda la instrumentación del aparato, que no era poca... Anemómetro, variómetro, temperaturas, revoluciones de motor... En fin, todo eso...

Y tras todas estas pequeñas pero importantes rutinas, se dirigieron a la cabecera de pista. Una carrera tranquila, con todo controlado, como de entrenamiento para lo que habría de venir. Un par de cientos de metros usando el avión como si de un coche se tratara, virando a izquierda o derecha según tocaba, probando el motor acelerando y frenando... Y por fin, estaban en la cabecera de pista, dispuestos a todo.

Una vez allí, continuaron otras pequeñas comprobaciones..., prueba de sonido con el intercambiador y radio incluidas. Más pruebas de motor...

Comenzaba a olisquearse ese aroma imaginario que surge cuando la adrenalina va a comenzar a brotar. Una tensión sobrevenida parecía querer llegar. El ruido bastante estridente del motor comenzaba a fluctuar. El ambiente empezaba a cargarse.

Y llegó el momento, el segundo, la décima de segundo en la que aquel hombre adusto, potente, seguro e inconmensurable presiono la palanca de potencia del motor a tope. El motor comenzó a sonar como forzado, como a tope..., todo vibraba en aquel cúbiculo fabricado a base de fibra, plástico, tubo, tela y aleación ligera de metal... Aquel sonido estridente y aquella tensión general derivó enseguida en una carrera forzada hacia adelante, con mucha pista por delante, con el cielo por delante y esperando, con la mente pensando sólo hacia delante, con una tensión en los músculos que te impulsaba hacia delante... Y de repente, también hacia arriba...

La sensación era mágica. En un momento, medio segundo si acaso, tanta tensión se desvaneció para que todo fluyera. El aparato pilotado por aquel anciano se fue hacia arriba... Todo dejo de vibrar, el motor pareció relajarse sin que el piloto tocara para nada el mando de la potencia... Y el avión subía como sólo, como aupado por una energía intocable, como flotando en un mar de aire, como elevandose hasta Dios sabe donde...

En esto, con un pequeño toque invisible e indescriptible, sin apenas mover un músculo, con una tranquilidad que rayaba la impasividad, aquel hombre niveló el aparato, y todo empezó a fluir. Nada por delante, sólo aire y cielo. Nada por detrás, más aire y más cielo. Y el mundo a doscientos metros bajo ellos. 

Era la sensación más genial jamás sentida, mezcla de libertad, tensión, necesidad de control, seguridad, inseguridad, confianza, miedo, estremecimiento, deseo, acongojo, exultancia, divinidad, calma... En fin, sensaciones encontradas que se entremezclaban en un solo verbo...: Volar.

Y mientras volaba, disfrutaba, sentía, se sosegaba, temblaba, miraba, pensaba, se elevaba -física y emocionalmente- y sobre todo se acostumbraba a digerir todo aquel cúmulo de sensaciones... Fue justo ahí donde aprendió a ver en aquel hombre adusto, mitad niño mitad anciano, un tipo al que seguir, al que venerar, al que incluir en su vida... y así fue.