La náufraga



El sol extendía sus rayos con fuerza e impactaban de lleno sobre Alicia, que permanecía aletargada y apenas sin poder moverse. Intentaba pensar cosas coherentes, sobre asuntos que resultaran prácticos para resolver su angustiosa situación, pero solo venían a su cabeza delirios, extrañas situaciones que iban y venían, conjugaciones de verbos que no terminaban de acoplarse con ningún sujeto, imágenes borrosas que apenas aparecían, desaparecían.

Todo se movía de forma desconexa, sin ritmo, sin cadencia... El tremendo calor pesaba como una losa, pero no conseguía lastrar el extraño suelo en el que Alicia parecía extinguirse poco a poco, mientras algo lo golpeaba todo, con más o menos fuerza, pero si parar...

De repente, Alicia sintió en su mejilla, achicharrada por el sol, un escaso y áspero toque de humedad, una pequeña pasada de frescor que se repitió por tres veces, y una cuarta... se trataba de algo que venía a romper, aunque fuera mínimamente, la intensidad calorífica de aquel astro, y que llegaba además acompañado de un sonido familiar en forma de ronroneo, que se deslizaba por sus oídos distinguiéndose del golpeteo permanente que amenazaba su estabilidad.

Fue entonces cuando recobró algo de lucidez e identificó a Jara, su linda gatita que siempre maullaba sin parar, pero que ahora permanecía silenciada no se sabe muy bien porqué, y solo emitía algún que otro susurro, en forma de tímido cuchicheo. Y fue aquel animalito quien le dio fuerzas para incorporarse, para sobreponerse a la abrasadora canícula que lo envolvía todo, para extender su brazo dibujando una caricia que el felino recibió con complacencia, e incluso diría que con gozo, a juzgar por el escorzo que realizó con su cuerpo a la vez que lo frotaba sobre su pierna.

Y no se sabe si fue la gata o el golpe brutal de aquella ola, lo que devolvió a Alicia a la más cruda realidad, que consistía en que se encontraba sola, bueno, con su fiel mascota, en el medio del más inmenso de los mares, sobre una lancha salvavidas de apenas dos metros de superficie, con ninguna visión en ninguno de los cuatro puntos cardinales, más allá de agua y más agua bailando consigo mismo y dibujando olas y más olas que aparecían y desaparecían.

No tenía ni idea de cuanto tiempo llevaba allí, y no recordaba apenas nada del naufragio del barco en el que viajaba con sus padres... solo conseguía recapitular momentos de terror en aquella lancha durante las noches que en ella había sobrevivido, con tanto llanto que hubiera servido para ahogarse. 

También descubrió cómo durante esos días se había sobrepuesto a si misma y a su angustiosa situación. Se dio cuenta de que Jara y ella habían conseguido resistir a las penurias gracias a su ingenio y a algunos objetos convertidos en improvisada caña de pescar, que habían servido para capturar algún tipo de pez que debían haber comido crudo, a juzgar por los restos de espinas que por allí permanecían... y como el hambre comenzaba a acuciar de nuevo, Alicia intentaba recordar cómo lo había hecho con el fin de repetir la jugada, lo cual no resultaba muy fácil, no se sabe si por el cansancio, si por la debilidad, si por el exceso de calor, o si porque la mente comenzaba a fallar mientras la lucidez se esfumaba poco a poco.

Y en esas estaba, cuando algo golpeó con fuerza su embarcación, y no se trataba de una ola, que Alicia ya conocía los mil y un efectos producidos por las sacudidas de las olas. Tan fuerte fue aquel golpe, que a poco estuvo de hacerle caer al mar. Tan brusco fue el embate, que la gatita Jara se asustó y dejó escapar un gruñido intenso, de esos a los que no estaba acostumbrada.

Cuando por fin la embarcación conseguía estabilizarse, otro golpe similar al anterior volvió a atizarle con fuerza, aunque esta vez, Alicia consiguió ver algo que le amedrentó sobre manera. Era como una especie de látigo grueso que había cruzado el cielo con inusitada virulencia, golpeando la endeble lancha, pero sin llegar a desestabilizarla.

Venciendo sin saber cómo el miedo, quizás a la desesperada, Alicia se abalanzó sobre la parte de la lancha que había recibido el golpe, tratando de entender qué es lo que estaba pasando, y fue entonces cuando vio a aquel gigantesco animal, una mole con forma de calamar que le impresionó.

Se trataba de un bicho tan grande como extraño, con dos larguísimos tentáculos en cuyos extremos parecía haber algo así como ventosas dentadas, que aparecían rodeadas de varios brazos zigzagueantes, que medía calculó Alicia más de 12 metros y que tenía dos grandísimos e inquietantes ojos que impresionaron a la joven.

Estaba saliendo de su asombro, inmovilizada por la situación, pero sin sentir ni un ápice de ese terror lógico en estas situaciones, cuando Alicia cayó en la cuenta de la velocidad de aquel cachalote, que se movía como a impulsos. Mientras el gigantesco calamar se desplazaba con sorprendente agilidad alrededor de la embarcación, curiosamente sin volver a golpearla, la joven no le quitó ojo entre anonadada y curiosa.

Fue entonces cuando observó de que aquel gran animal se desplazaba gracias a que aspiraba agua a raudales que luego expulsaba con fuerza por una especie de sifón situado en el centro de su vientre... y estaba analizando esto cuando cayó en la cuenta de que su gran cuerpo era como una especie de morro en el que destacaban dos grandes aletas que le servían al animal como de timón.

Entonces le llegó la inspiración. Recogió algunas cuerdas que andaban por ahí enredadas y se puso manos a la obra a fabricar una especie de lazo que enganchar en su nuevo amigo, y digo amigo porque no se sabe cómo ni porqué, aquel calamar dejó de golpear la lancha y solo nadaba alrededor de ella con una suavidad poco común para una bestia tan grande.

Tras un largo rato dedicado a la fabricación de aquel aparejo, con forma de arnés a modo de lazo, Alicia se afanó en la tarea de engancharlo en aquel cefalópodo que nadaba tranquilo alrededor suyo, como invitándole a prender aquella improvisada herramienta. No fue fácil, porque la poca estabilidad de la lancha provocada por el oleaje no ayudaba nada, pero tras un buen número de intentos, lo consiguió.

Como por arte de magia, cuando aquel calamar sintió el correaje cogido en su cuello, comenzó a absorber agua como si no hubiera otra cosa, expulsándolo por su sifón ventricular con una inusitada fuerza cercana a la violencia, y poniendo rumbo hacia el oeste. Al principio, aquello avanzaba demasiado a trompicones, pero enseguida la cadencia de estos, mezclada con una velocidad imposible hasta ese momento, convirtieron aquella experiencia en una especie de cabalgada oceánica que llevaba a Alicia y Jara hacia Dios sabe donde.

Y así, remolcada por aquel teutido a una velocidad casi de vértigo, la suficiente para refrescar su rostro abrasado por el sol, y para alcanzar en poco tiempo alguna costa cercana, fue como Alicia sobrevivió a aquel naufragio... aunque luego nadie se lo creyera.