Sombrerito Blanquiazul



Había una vez un niño muy valiente, divertido y locuaz, pero sobre todo muy aficionado al fútbol. Su tío Carolo, que había vivido una buena temporada en Cataluña, le había comprado un sombrero a rallas blancas y azules, los colores de su amado y siempre presente en su vida Real Club Deportivo Español, y el muchachito lo llevaba tan a menudo que todo el mundo término llamándole Sombrerito Blanquiazul.

Un día, el padre viudo de Sombrerito Blanquiazul le pidió que llevase una bolsa de setas recién cogidas a su tío Roque, un señor muy arisco, bastante feo y sobre todo muy gruñón que vivía al otro lado de la ciudad, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar semáforos y pasos de cebra y caminar por estrechas aceras y calles adoquinadas inhóspitas era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el Canuto, un conocido drogadicto que últimamente ejercía de camello y siempre intentaba captar nuevas víctimas.

Sombrerito Blanquiazul recogió la bolsa con las setas recién recogidas y se puso en camino. El Niño tenía que atravesar las calles de aquel complicado barrio de la ciudad para llegar a casa del tío Roque, pero no le daba miedo porque siempre se encontraba con muchos amiguitos con los que se entretenía...

De repente vio al Canuto, que era grande y feo, delante de él.

- ¿A dónde vas, niño?- le preguntó el Canuto con una voz que podía ser de todo menos melódica

- A casa del tío Roque, en la calle de Pez, número seis, le dijo Sombrerito Blanquiazul.

- No está lejos- pensó el Canuto para sí, dándose media vuelta y dejando al niño casi con la palabra en la boca.

Sombrerito Blanquiazul puso la bolsa de setas en el suelo y se entretuvo en el escaparate de una tienda de videojuegos: 

- El Canuto se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. El tío Roque se pondrá muy contento cuando le lleve el último catálogo de videojuegos de Nintendo, además de las setas.

Mientras tanto, el Canuto se fue a casa del tío Roque, llamó a la puerta y el anciano le abrió pensando que era Sombrerito Blanquiazul con aquellas setas tan ricas que le iban a servir para hacer un estupendo revuelto con el que cenar esa noche. Pero un vecino que era un cotilla, había observado la llegada del Canuto.

En un pis pas, el Canuto maniató al tio Roque y se puso la bata horrible de felpa del desdichado , feo y arisco anciano, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Sombrerito Blanquiazul llegó enseguida, todo contento.

 El niño se acercó a la cama y vio que su tío Roque estaba muy cambiado.

- Tío Roque, tío Roque, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor- dijo el Canuto tratando de imitar la voz del tío Roque.

- Tío Roque, tío Roque, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oírte mejor- siguió diciendo el malvado Canuto.

- Tío Roque, tío Roque ¡qué manos más grandes tienes!

- Son para...¡agarrarte mejoooor!- y diciendo esto, el malvado Canuto se abalanzó sobre el niño y le hizo tragar unas pastillitas de éxtasis, parecidas a las que le había dado al Tío Roque para que se quedara dormido.

Mientras tanto, el vecino se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del Canuto, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa del tío Roque. Pidió ayuda a una pareja de policías municipales que pasaba por allí, no sin antes llamar al 112, y los tres juntos subieron hasta la cosa del Tío Roque. Vieron la puerta de la casa abierta y al Canuto tumbado en la cama, como borracho por la pedazo raya de coca que se había esnifado.

El vecino y los "munipas" consiguieron salvar al tio Roque y a Sombrerito Blanquizaul llamando desde su teléfono móvil a la ambulancia, que ya estaba de camino porque la había enviado el funcionario del 112 en previsión. El tío Roque y Sombrerito Blanquiazul estaban allí, ¡vivitos y coleando!.

Para castigar al malvado Canuto, el heroico vecino le llenó el vientre de leche, con la que purgar tanta sustancia perniciosa. Cuando el Canuto despertó de su pesado sueño, sintió como los municipales le ajustaban las esposas y le llevaban hacia la comisaría más cercana para entregarle a la Policía. Como las pruebas eran tan evidentes, no sólo pasó la noche en el calabozo, sino que le imputaron y procesaron por tráfico de drogas, intentó de agresión, consumo ilícito de estupefacientes y por allanamiento de morada.     

En cuanto a Sombrerito Blanquiazul y su tío Roque, no sufrieron más que un gran susto, pero el niño había aprendido la lección. Prometió al tío Roque no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su tio Roque y de su querido padre viudo.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.