Chantaje


A Diana, la recepcionista, no le gustaba nada aquel cliente que llegaba acompañado cada miércoles, y a pesar de regalarle su habitual mohín de niña buena, desconfío del todo cuando en esta ocasión llegó solo y reservó varios días.
Ya de noche, numerosas llamadas a recepción de aquel hombre, sin mucho sentido, terminaron por mosquear a la joven, que decidió actuar.
Tras una de aquellas llamadas, le sugirió vagamente que estaría a las doce de la madrugada en el cuarto de la ropa sucia. Y allí acudió, pero acompañada de un viejo amigo que la pretendía hace tiempo y con quien se entregó a la pasión minutos antes de esa hora.
Aquel hombre acudió sigiloso a la supuesta cita, pero cuando abrió la puerta y vio a Diana acompañada, optó por sacar su móvil y grabar lo que allí estaba sucediendo.
Enfadado con el engaño, y frustrada por el momento su libidinosa intención, ahora solo le quedaba darle forma al chantaje.

Misterio


Los jóvenes kazajos estaban tratando de digerir todas las novedades que aquel congreso internacional sobre asuntos aeroespaciales les había proporcionado. Su ponencia había sido un éxito, pero nada comparable con la posibilidad de deambular por una ciudad moderna y occidental en la que se respiraba libertad y opulencia.

Llegaron agotados a la habitación de su hotel dispuestos a asimilar todo lo vivido en una jornada maratoniana que apenas les había dado tregua, y tras pasar uno por uno por las decenas de canales de televisión en aquel gigantesco monitor plano, descubrieron que tenían un minibar a su disposición repleto de refrescos, agua, cervezas, chocolatinas y frutos secos.
Así que tomaron algunos de aquellos manjares mientras se deleitaban en uno de los canales porno que asomaba con una impresionante calidad por el televisor… ¿y el resto?… nadie echaría en falta el resto, así que tras una mirada cómplice decidieron que ocuparían parte de sus maletas con aquellas viandas poco habituales en su país.
Quizás por remordimiento, algunos minutos después los jóvenes decidieron abrir de nuevo la puerta del minibar con el objetivo de observar su vaciez.
Para su sorpresa estaba totalmente llena de nuevo. Sin entender nada, decidieron hacer acopio otra vez de todas aquellas bebidas y chucherías y esperar otro rato a ver que pasaba… y volvió a suceder… una y otra vez.
Por la mañana, se acercaron a recepción para realizar su chek-out con las maletas sobrecargadas, a punto de reventar.
Diana, la recepcionista, les preguntó amablemente…
—¿Han tomado algo del minibar?
Los jóvenes se ruborizaron y comenzaron a sudar… uno de ellos dio un paso hacia atrás y tropezó con su maleta, que al caer, se rompió inundando la recepción de refrescos, agua, cervezas, chocolatinas y frutos secos.
Los jóvenes kazajos comenzaron a explicar lo inexplicable chapurreando un inglés indescriptible, mientras Diana, muy a su pesar, optó por avisar al director del hotel… pero cuando este llegó, solo encontró la maleta abierta y la ropa de aquel chico diseminada por el suelo, y nada más.
Mientras el director reprochaba a Diana su llamada, los ojos extremadamente abiertos -mitad sorpresa, mitad alivio- de aquellos chicos, se cruzaron con los de la recepcionista, que optó por encoger sus hombros y bajar su mirada, a la vez que se prometía a si misma que en algún momento debía resolver el misterio.

La buhardilla


La nueva limpiadora era bastante cotilla... todo lo husmeaba, todo lo oía, todo lo revolvía... y había encontrado en Diana, la recepcionista, a una estupenda aliada para compartir sus chismes.

—Todos hablan de la habitación abuhardillada, pero nadie dice nada concreto.
—¿Y que dicen...? Pregunto Diana intensificando su mirada sobre aquella joven correveidile.
—Pues de todo, que si hay un fantasma del primer dueño del hotel, que si sigue apareciendo por las noches... vamos un misterio...
—Pues no había oído nada... —contestó Diana—. Pero estaré pendiente, y si oigo algo te cuento... —le prometió con un ligero guiño de ojo.
Aquella noche, la recepcionista decidió explorar en aquella habitación de la que sorprendentemente no había oído hablar jamás, y abandonando el mostrador durante algunos minutos, subió sigilosamente las escaleras que seguían desde la última planta a la que llegaba el ascensor.
Se acercó muy despacio a la puerta de la habitación y, tras poner la oreja sobre la madera para no escuchar nada, se agachó para mirar por el hueco de la cerradura, para tampoco ver nada...
—Todo tranquilo —pensó.
...Y sacó de su bolsillo una llave maestra que le permitió acceder a aquel recóndito lugar, con la clara intención de convertirlo en uno de sus escondites secretos para practicar fugazmente lo que más le gustaba... lo que no imaginaba, es que allí iba a encontrar al fantasma del fundador del hotel, con quien, sin saber muy bien cómo, protagonizó una arrebato sexual como nunca había pensado.

Juegos


—Hola señorita, necesitamos una habitación...
Diana, la recepcionista, levantó la mirada para cruzarla con la de una impresionante mujer madura, vestida con una elegancia de llamar la atención, con el rostro bronceado y una altivez en el gesto que le hizo dar una pequeño paso hacia atrás.
Mientras se recuperaba de la impresión, contestando con toda la tranquilidad que pudo...
—Claro... ¿alguna preferencia?...
...Diana descubrió, a la vez que atisbaba por encima del hombro de aquella mujer, a tres o cuatro pasos por detrás, a un joven realmente guapo... ojos azules, rostro anguloso, torso fornido, mirada chispeante...
Y al tiempo que obligaba a su nueva clienta a mirar hacia abajo con la excusa necesaria de...
—Podría firmar aquí, por favor...
...Diana clavó su mirada en la de aquel joven, que respondió inmediatamente alzando los hombros y la mirada de manera casi imperceptible, tras lo que coincidieron en esbozar una breve y cómplice sonrisa.
La mujer recogió su llave y se dirigió hacia el ascensor seguida de aquel tipo que se acababa de instalar en los sueños de Diana.
Casi media hora más tarde, cuando la recepcionista aún fantaseaba con aquel chico, sonó una llamada de la habitación que este compartía con la mujer madura...
—Vaya por Dios —pensó—, ahora me pedirá ostras y champán, o algo así, la muy bruja...
Tras el auricular, la voz dominante de la mujer le pidió...
—¿Podrían subirnos un parchís a la habitación, por favor...?