Historia de una Lechuga



Aquella era una lechuga muy especial. No solamente porque se sabía de una variedad especialmente "cool", sino sobre todo porque sabía que no era una vulgar lechuga "romana", también llamada española o “oreja de burro”, de forma alargada y con hojas agrupadas de forma poco apretada alrededor de un tronco. O sea la típica y económica lechuga española que aún siendo la más nutritiva de todas no deja de ser un poco ordinaria.

Tampoco era una lechuga "Iceberg", con su forma redonda y sus hojas prietas, con forma de repollo, ideal para sandwiches y ensaladas crujientes, pero bastante poco nutritiva... Ni una del tipo "trocadero", con una consistencia muy “mantecosa”, conocida como “francesa” y muy apreciada por sus hojas tiernas y su delicado sabor. 

Por supuesto no era aquella una lechuga "Lollo Rosso", de origen italiano con un intenso color rojo y unas hojas muy rizadas, que destaca por su sabor amargo... Ni siquiera una "Radiccio", conocida como achicoria roja, y muy valorada por sus propiedades digestivas.

Aquella lechuga era de la variedad "Hoja de Roble", muy reconocible por sus hojas onduladas y sus tonalidades que van del verde al morado; un bonito colorido que se acompaña con un sabor ligeramente dulzón, además de una textura suave y crujiente. Aquella lechuga era la perfecta para combinar con otras lechugas y con vinagretas ligeras, y su presencia siempre era bien recibida en los platos de los gourmets.

Aquella lechuga no era de invernadero, no, claro que no... estaba plantada en un huerto absolutamente natural, cuya variedad de tierra era vegetal mezclada con mantillo y turba, y cuyo sofisticado riego era una mezcla precisa del tradicional de "a pie" o "manta" y el más moderno y sofisticado "por goteo" o "localizado"... Y claro esta, el abono siempre natural... ni un gramo de producto químico que alterara lo más mínimo su textura o su sabor.

Además, aquella lechuga era aún más especial, porque era más grande, tersa, colorida y rizada de lo habitual, y desde el principio había recibido la atención de aquel hortelano mezcla del rudo hombre del campo curtido por la experiencia y el ilustrado ingeniero agrónomo ilustrado en las últimas tendencias de cultivo de hortalizas.

Aquella lechuga notaba su superioridad, y soñaba con cumplir con su elitista destino. Porque no pasaba por su cabeza formar parte de una simple ensalada mixta aderezada con un poco de tomate y, si acaso, algo de atún de lata con un poco de huevo duro... Ni siquiera se imaginaba en un restaurante de postín, mezclada con otras lechugas aderezadas por algún queso tierno o carne escabechada de alguna pieza de caza... Y tampoco en una casa refinada en manos de una cocinera atropellada, ni en un catering elegante dando rienda suelta al paladar de miembros aislados de la alta sociedad...

No... Aquella lechuga estaba destinada a dar potencia creativa a la inspiración de algún chef de relumbrón... Estaba predispuesta a convertirse en explosión de sabor de una creación culinaria estelar... Andaba loca por maridar su frescor con determinados ingredientes especiales, inusuales, llegados de la mano de las nuevas tendencias.

Y en esas andaba aquella lechuga..., en su origen, en su mundo, en su espacio, en su tiempo... Cuando la mala suerte, aliada con las inclemencias meteorológicas más adversas que nos podamos imaginar, se presentaron en forma de una brutal helada atemporal que arrasó sin piedad aquel terreno. 

Aquello fue para un campo de hortalizas lo que un tifón, o un tsunami, o el más terrible terremoto, o un volcán en erupción descontrolada suele ser para las personas... Todas las hortalizas quedaron "noqueadas", sin brillo, con una languidez extrema, secas, con la fibra destrozada y el color entre apastelado y negruzco... Y aquella lechuga no se salvó del desastre.

Aquella lechuga, nuestra elitista lechuga, mimada y vitoreada, ensalzada y prestigiada, cuidada y supremada, corrió el mismo destino que el resto de las hortalizas de aquel huerto ecológico masacrado... 

Aquella lechuga formó, en fin, parte del festín que supuso aquel desastre para la pocilga del granjero de la lado. Aquella lechuga fue un ingrediente más de la amalgama de verduras, patatas y despojos que llenaron ese día el abrevadero de aquella pocilga. 

Aquella lechuga corrió un destino que ni siquiera había podido imaginar en sus peores sueños. Aquella lechuga con un único destino había visto frustrado el suyo..., aunque, por suerte o por desgracia, su infinita amargura no afectó para nada al banquete de aquellos cerdos.