El cuento de la Lotería



Ignacio deambulaba por casa con cara de abatimiento, como con el gesto desencajado, como que algo no iba bien... Se le notaba nervioso y como un poco ido, por eso, no recibió nada bien la crítica de su mujer...

Pero mira que eres imbécil... Solo a ti se te ocurre no comprar el número de lotería del bar en el que te pasas horas muertas... Y claro, tenía que tocar y ahora somos los mas tontos del barrio... Dios mío, me tenía que casar con el mas bobalán del barrio...

Aquella pellorata pareció acabar con el nerviosismo de Ignacio, que tras mirarla de medio lado con cara desafiante y ojos un poco revirados y no decirle ni "mu", se puso lentamente el abrigo levantando los cuellos colocándose la bufanda, y enfiló hacia la calle con gesto decidido, eso si pasando primero por el garaje.

Una vez allí, y manteniendo su porte templado, levantó la puerta del maletero de su viejo Skoda, y de allí sacó una gran bolsa de deportes que parecía pesar un poco. Con ella de la mano, se fue hacia el bar de la esquina de abajo, su bar de referencia, su bar de toda la vida, donde un montón de gente celebraba en la calle entre rísas y alborozo, entre champán y griterío, que les había tocado la lotería... Ese mismo boleto de lotería que Ignacio no había comprado sin saber muy bien porqué...

Caminó lentamente con la pesada bolsa de la mano, y cuando llegó a la puerta del bar, y mientras  la gente se besaba y abrazaba sin ver nada más allá, Ignacio comenzó a pedirles, como quien no quería la cosa que entraran dentro, que pasarán al bar... cosa que la mayoría de la gente hizo sin darse mucha cuenta de porqué, como sumidos en una algarabía que podía más que la lógica...

Una vez que la mayoría de la gente estaba ya dentro del bar, de una forma pausada y con mucha seguridad, Ignacio se acercó a la puerta y cerró la persiana metálica de fuera desde dentro, e incluso echó el cerrojo... Algunos lo vieron y pensaron por una pizca de tiempo lo raro de la situación, pero apenas protestaron, sumidos en el alegrón de aquel premio...

Fue entonces cuando Ignacio se acercó a la mesa sobre la que había depositado su bolsa y sacó una escopeta recortada de estas de las películas, la montó lentamente para sorpresa de quienes se dieron cuenta del movimiento, y pegó un sonoro tiro al techo que dejó paralizados a propios y extraños...

- Todo el mundo al suelo -gritó de una forma poderosa- se acabó la alegría, -remató. 

La gente no salía de su asombro, pues Ignacio era un tipo pacífico, tímido e incluso algo introvertido, y nadie había podido imaginar jamás lo que estaba viendo y viviendo. Pero entre lo estrepitoso del tiro que abrió un importante boquete en el techo, y el vigor de la ameneza de Ignacio, optaron por echarse al suelo sin más, sin dar mucho crédito a lo que estaba pasando.

Fue entonces cuando Ignacio soltó su alegato...

- Pero que fácil es disfrutar de una alegría sin pensar en los demás... Llevo años conviviendo con vosotros, y nadie se ha dado cuenta de que yo no había comprado este décimo de la lotería... Días y días, meses y meses de compartir barra, cafelito y conversación, y cuando llega el momento, ni os enteráis de que existo... Vosotros podíais haber pensado aquello de que, que pena el pobre Ignacio, y con eso me hubiera valido, pero no... En vuestra alegría y vuestra avaricia, ni os habéis dado cuenta de que yo no había comprado el décimo... Sobre todo tú, -le espetó al dueño del bar, que asistía atónito a la escena-...

Nadie dijo nada, todo el mundo permaneció en el suelo esperando acontecimientos y absolutamente callado por si acaso.

En ese momento, Ruska, una joven y guapa camarera rumana del bar, recientemente contratada para el efecto, se levantó lentamente y le ofreció su décimo a Ignacio... 

- Toma, yo no lo necesito, es tuyo... 

A lo que Ignacio respondió... 

- Probablemente tu seas la que más lo necesita aquí, mucho más que esta panda de ávaros ... Quédatelo y disfruta de él...

Y Ruska volvió al suelo.

Fue entonces cuando Ignacio prosiguió...

Ahora, todos menos esta chica -refiriéndose a la camarera-, vais a poner vuestro décimo aquí, en esta bolsa... Pero todos -apostilló-... Se acabó la alegría por hoy...

Entonces fue pasando con una especie de pequeño saco de tela que tenía preparado para la ocasión, uno por uno, ordenándoles que depositaran allí su décimo... El personal fue sacando, uno a uno, su décimo de la cartera y dejándolo donde les pedía Ignacio, que dejó claro que no estaba de broma, por lo que nadie se la jugo...

Una vez con su saquito de decimos premiados en la mano, Ignacio continuo con su discurso...

- Lo que os pasa es que sois todos unos avariciosos. Con este golpe de suerte solo pensábai en vosotros, en poner parches a vuestras deudas, en ese viajecito pendiente, en comprar muebles nuevos para vuestra casa... Pero en ningún momento habéis pensado en los demás... Ya no en mi, que también podría haber sido, sino en la gente que realmente lo está pasando mal, en aquellos que pasan frío en la calle, en los que tienen que ir a comer a un hospicio...

Y continuó... 

- Esa avaricia debe ser castigada, y no se me ocurre mejor forma, que dar al traste con vuestros sueños, de la misma forma que se fueron al carajo los míos...

Entonces, Ignacio se volvió y cogió el saco lleno de décimos premiados, lo deposito en una mesa y sacó del bolsillo su encendedor... 

Justo cuando empezaban a sonar las sirenas de los coches de la policía que había sido avisada por uno de aquellos vecinos que no había llegado a entrar en el bar, Ignacio prendió fuego a aquel saquito de décimos, y pareció disfrutar alternando su mirada entre el fuego que volatilizaba tantos euros y tantos sueños y las caras de estupefacción de los dueños de aquellos décimos que ardían sin remedio...

En el mismo momento en el que aquel saco de boletos quedaba reducido a cenizas, la policía conseguía entrar por una puerta trasera del bar y reducir a un Ignacio que no presto ninguna resistencia, que permaneció curiosamente templado, que incluso esbozó una sonrisa medio picara, medio esquizofrénica según era arrastrado por los policías hacia el coche que lo trasladaría a comisaría...

Todo el mundo quedó desolado... Algunos se iban comentando lo loco que estaba el Ignacio este, otros, que alguna razón podía llevar en su discurso sobre la avaricia, los más, lamentando el hecho de haber perdido su premio, pero contentos de haber salido de allí sin ningún rasguño...

Ignacio fue juzgado, pero apenas le cayeron unos meses de cárcel, que no llegó a cumplir al ser sustituidos por un tratamiento psicológico al que se sometió con normalidad... y enseguida todo el mundo se olvidó del asunto... 

Por otra parte, su mujer terminó por abandonarlo, en parte por el poco aprecio que le tenía, en parte esgrimiendo la excusa de que habían quedado estigmatizados en el barrio, y eso ella lo soportaba poco.

Una vez transcurrida su pena, Ignacio compró un billete de avión con dirección a la República Dominicana... Allí se reunió con Ruska, la joven y guapa camarera del bar en cuestión, que le esperaba en el Aeropuerto con un fantástico Jeep 4x4 con el que se dirigieron a un resort de estos que quitan el hipo...

Con todo el lío, en el momento de coger el saco de los décimos para quemarlo, Ignacio le pegó el cambiazo del que nadie se dio cuenta ante el estado de nervios del momento. Dejó el saco bueno escondido tras la barra del bar, y quemó uno igual que habían preparado al efecto repleto de recortes de periódico del tamaño de los boletos de lotería...

Cuando la policía se llevó a Ignacio, nadie reparó en Ruska, que con mucha limpieza, sacó el saco de boletos premiados escondido en su bolso, y se pasó los siguientes cuatro días cobrando el premio, boleto a boleto, en distintos establecimientos de lotería, de fuera del barrio, incluso en otras provincias...

Nadie se había percatado del asunto... Los dueños originales de aquellos décimos de lotería premiados volvieron a su vida normal... La policía no siguió investigando dando por bueno que había sido una locura de un hombre desesperado... El dueño del bar no dio mayor importancia a que Ruska no volviera a aparecer por allí, habida cuenta que ella si había conservado intacto su billete de lotería... Tampoco nadie se extrañó de que Ignacio desapareciera del barrio, a medias por la vergüenza, a medias porque había sido abandonado por su mujer... Y la mujer de Ignacio, también tuvo que irse de allí, a vivir al pueblo, porque no soportaba la vergüenza de lo ocurrido y que la identificaran con el imbécil y loco de su marido...

Mientras tanto, el imbécil y loco de su marido se pegaba la gran vida en las playas del Caribe con Ruska, sin que nadie llegara nunca a saber realmente lo que ocurrió. 

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.