Misterio


Los jóvenes kazajos estaban tratando de digerir todas las novedades que aquel congreso internacional sobre asuntos aeroespaciales les había proporcionado. Su ponencia había sido un éxito, pero nada comparable con la posibilidad de deambular por una ciudad moderna y occidental en la que se respiraba libertad y opulencia.

Llegaron agotados a la habitación de su hotel dispuestos a asimilar todo lo vivido en una jornada maratoniana que apenas les había dado tregua, y tras pasar uno por uno por las decenas de canales de televisión en aquel gigantesco monitor plano, descubrieron que tenían un minibar a su disposición repleto de refrescos, agua, cervezas, chocolatinas y frutos secos.
Así que tomaron algunos de aquellos manjares mientras se deleitaban en uno de los canales porno que asomaba con una impresionante calidad por el televisor… ¿y el resto?… nadie echaría en falta el resto, así que tras una mirada cómplice decidieron que ocuparían parte de sus maletas con aquellas viandas poco habituales en su país.
Quizás por remordimiento, algunos minutos después los jóvenes decidieron abrir de nuevo la puerta del minibar con el objetivo de observar su vaciez.
Para su sorpresa estaba totalmente llena de nuevo. Sin entender nada, decidieron hacer acopio otra vez de todas aquellas bebidas y chucherías y esperar otro rato a ver que pasaba… y volvió a suceder… una y otra vez.
Por la mañana, se acercaron a recepción para realizar su chek-out con las maletas sobrecargadas, a punto de reventar.
Diana, la recepcionista, les preguntó amablemente…
—¿Han tomado algo del minibar?
Los jóvenes se ruborizaron y comenzaron a sudar… uno de ellos dio un paso hacia atrás y tropezó con su maleta, que al caer, se rompió inundando la recepción de refrescos, agua, cervezas, chocolatinas y frutos secos.
Los jóvenes kazajos comenzaron a explicar lo inexplicable chapurreando un inglés indescriptible, mientras Diana, muy a su pesar, optó por avisar al director del hotel… pero cuando este llegó, solo encontró la maleta abierta y la ropa de aquel chico diseminada por el suelo, y nada más.
Mientras el director reprochaba a Diana su llamada, los ojos extremadamente abiertos -mitad sorpresa, mitad alivio- de aquellos chicos, se cruzaron con los de la recepcionista, que optó por encoger sus hombros y bajar su mirada, a la vez que se prometía a si misma que en algún momento debía resolver el misterio.