Maldito escalón



Tras abrirme la puerta me dijo ¿vienes a por un monopatín?. Ella los vendía en el portal de aquel viejo edificio, donde decidí que tenía que ser mía. Después de que un joven patinador me enseñara a manejar el trasto, regresé dispuesto a asombrarla con mis habilidades sobre ruedas. Cuando estaba en lo mejor de la demostración, aquel maldito escalón me proporcionó un batacazo estrepitoso, doloroso y humillante. Mi gozo hubiera caído en un pozo, si no fuera porque en su casa curo mis heridas...